De más de un apuro y de dos me han sacado los fideos orientales de la fotografía. Como se preparan en un abrir y cerrar de ojos, durante años los he tenido de manera invariable en la despensa de casa y así podía prepararme rápidamente algo cuando andaba con prisa o al llegar por la noche, después de salir de copas, con el hambre desatada.
La verdad es que no tenían nada que los hiciera especiales, era como poner a cocer pasta con una pastilla de Avecrem. Solo que mucho más rápido, porque son como espaguetis rizados cuatro veces más finos. Además tampoco tenías que preocuparte de calcular la cantidad, el cálculo es sencillo porque cada bolsita trae la cantidad justa para una persona.
Conocí los fideos orientales por una amiga que, cuando nos invitaba a comer a su piso de estudiantes, nos preparaba casi siempre un plato que ella llamaba cuenco chino. Esta receta llevaba pechuga de pollo en tiras y algunas verduritas sofritas, un toque de salsa de soja y, la verdad, no recuerdo que más le echaba. Pero le quedaba riquísimo.
Me aficioné a preparar yo también el cuenco chino, pero no me quedaba igual que a ella. Así que fui reservando el uso de estos fideos para las situaciones de emergencia descritas al inicio del post. Hasta que en medio de la fiebre antipalma dejé de comprarlos y hoy están en el absoluto olvido.
Otros productos similares, aunque yo nunca los compré al menos que recuerde, son la versión con sabor a gamba de estos mismos fideos y los Yakisoba, que igualmente traen aceite de palma. Vamos, que en Maggi están abonados.
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